Lo ha dicho, en una advertencia que es también una profecía, el ex presidente del Tribunal Constitucional en su discurso de despedida: no pueden acometerse mutaciones constitucionales que sean groseramente contrarias al Orden Constitucional.
El constituyente diseñó en 1978 una Carta Magna especialmente rígida con la finalidad de evitar uno de los males de nuestra historia política: las «constituciones de partido», que dominaron el siglo XIX y deshicieron el país.
Ahora, con el grosero asalto de la colación de gobierno al Estado de Derecho, con el desprecio gubernamental a la limitación del poder, el Ejecutivo más ideologizado y más radicalizado de la democracia española, ya que no puede imponer su propia constitución, va a acometer un proceso de deconstrucción constitucional de la que está vigente. Pero lo hará sin acudir a los procedimientos previstos en la Constitución para su reforma. El mecanismo no es otro que el de las mutaciones constitucionales, que irán operando a través de las leyes y de la interpretación que de las mismas realice el Tribunal Constitucional. Es decir, la coalición de gobierno torcerá la constitución hasta lo indecible y el Tribunal Constitucional, ya dominado por ella, bendecirá con sentencias interpretativas y constructivistas la mutación del sistema.
¿Y quien vigila al vigilante? Nadie. Desgraciadamente, nadie.