La llamada «cuestión catalana»: Banca Catalana y el Plan Pujol (II). Por Xavier Horcajo

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La llamada «cuestión catalana»: algunas enseñanzas de lo que no habría que hacer en Cataluña

Por Xavier Horcajo

2.-  Banca Catalana y el plan Pujol

Aquel nacionalismo -entonces “catalanismo” y con la deriva de  los años, “independentismo”- se extendió por la sociedad como si fuera un gas al que no se le pueden poner barreras. Los nacionalistas si habían tenido algunos choques con el Régimen. No muchos, pero zanjados con severa represión. Jordi Pujol, sin ir más lejos, fue condenado en consejo de guerra a siete años de cárcel -cumplió tres- en Torrero (Zaragoza). El motivo: redactar una octavilla titulada: “Os presentamos al general Franco”, que otros hicieron volar sobre las butacas del Palau de la Música. Y aunque Pujol no estaba entre los presentes, le detuvieron como promotor de un desafío a una visita de Franco a la Ciudad Condal, allá por 1960. Paradójicamente, cuarenta años después el nacionalismo había convertido el maravilloso  Palau de la Música, donde se legitimó el nacionalismo anti franquista, en una cloaca de la financiación irregular de Convergència, con Félix Millet al frente. Un tipo curioso que acuñó una frase que conviene recordar: “En Cataluña mandamos 200, y nos conocemos todos”.

Quién iba a decir que Pujol, aquel burguesito de Crist i Catalunya  -un sotanillas- gobernaría “el país” durante décadas. Tanto que tuvo tiempo de hacer ingeniería social. Por ejemplo, pregonar entre castellanohablantes la parábola del amor al charnego que es más o menos así:  Pujol- “Pedro, tu eres tan catalán como yo, como Jordi (miraba a uno de los presentes) o como “la” Montse (miraba a otra)”. Se lo escuché cientos de veces dirigiéndose a un castellano-hablante en su lengua y en tono condescendiente mientras el otro entraba en un especie de éxtasis milagrero.

Sin embargo, de las más de 200 personas que fueron nombradas consellers de la Generalitat con los diferentes gobiernos de Pujol, ninguna se apellidaba García –que es el linaje más frecuente en Cataluña- tampoco se llamaban: Pérez, ni González, ni López, ni Rodríguez… ¿Curioso no?

El tardofranquismo había relajado las prohibiciones al catalán. Era un idioma no reconocido, pero raramente perseguido en los setenta. En mis barcelonerías juveniles tuve amigos catalanes que  se expresaban en catalán, sin pedir permiso. Otros eran castellanohablantes. Mandaba lo lógico, el uso y la costumbre. Sólo una vez tuve directo conocimiento de un “castigo” laboral por el uso del catalán. Fue leve pero también hay que dejar constancia. Sucedió en un banco, y afectó a un empleado que escribió un apunte en catalán a un cliente con el que se expresaba en esa lengua.

Sin embargo, el mito del catalán perseguido, triunfó. Incluso generó una estúpida sensación de culpa y un animus reparandi entre los castellanohablantes. Sin ánimo de ser exhaustivo, sepan que –en las postrimerías de los sesenta- en la ciudad donde nací y me crie había escuelas catalanistas, curas catalanistas, teatros catalanistas, radios con programas musicales en catalán dedicados a la Cançó. También había asociaciones corales, los Orfeones; casals culturales catalanistas; un movimiento escolta (el de lord Baden-Powell) catalanista pegado a las parroquias y alternativo a Falange.  Había teatro en catalán. Sin ir más lejos, en el segundo canal de TVE y desde 1964. Los domingos Aplecs o encuentros sardanistas que se producían por toda Cataluña, recuerdo los de la plaza de la Catedral o los del Parque de la Ciudadela. Como ven no eran precisamente las catacumbas.

En lo popular, existía La Trinca y tenía éxito. Incluso se producían bromazos musicales de la industria cultural catalanistas. Uno de ellos fue grabar al músico cubano Bola de Nieve – pura ironía de nombre ya que el cantante lucia una piel  negro teléfono, que es como en la Isla definen el top de la piel negra. Bola cantó y grabó el villancico Lo dessembre congelat, que él, claro está, entonaba con acento de su Guanabacoa natal.

A pesar de Franco, Cataluña había desarrollado toda una industria cultural, que sostenía premios literarios para obras en catalán, como el Sant Jordi. También publicaba revistas como Serra d’Or; Or i Flama. Incluso cómics infantiles en catalán, como Cavall Fort. Todo esto funcionaba desde los sesenta. Esa industria abordaba proyectos de calado como la Gran Enciclopedia Catalana, obra por fascículos que comenzó en 1968. Es cierto, que la audiencia de estas publicaciones no era relevante, pero existían a la sombra de Franco.

Tampoco era relevante la actividad de la Universitat Catalana d’ Estiu, que desde 1969 abría sus puertas cada verano en Prada, en los Pirineos franceses, como un guiño de complicidad política a la Catalunya Nord  que nunca prosperó.  Otra de las ensoñaciones de largo recorrido: los Països Catalans.

Así que cuando en 1968, Joan Manuel Serrat quiso cantar en Eurovision en lengua catalana, con independencia de que hubiera otras razones,  el catalán era una realidad incontestable. El exilio del cantautor en México fue muy posterior (septiembre de 1975).  En resumen que el catalán no se mantuvo asediado, tras los muros de Montserrat, sino que estaba vivo y en las calles.

Diez años después, el catalanismo imponía el primer peldaño de la inmersión lingüística, fue en 1978. Por cierto, votado con entusiasmo por la izquierda. Incluso por el PSUC, los marxistas que tenían pro-soviéticos a bordo. La comunidad castellano-hablante, mayoritaria en Cataluña, compró la premisa básica: el catalán debe ser ayudado para recuperar décadas de postergación.

Los ignorados no protestaron y  pensaron de buena fe que ningún daño haría a sus hijos conocer el catalán. Nadie imaginó que -en pocas décadas- les pintarían la persiana de sus comercios con amenazadores: En català!. Curiosamente, nunca vi una pintada exigiendo: “¡Bilingüismo, ya!”, en ningún rincón de Cataluña. Ni siquiera cuando el catalán erradicó al español en hospitales, administraciones públicas, escuelas e iglesias y el catalán pasaba a ser una imposición.

En 1983, ya con Pujol en la Generalitat subimos el peldaño inmersivo. El profesorado debía pasar por el tubo del catalán. Al final de esa escalera, estudiar en castellano acabaría siendo imposible en el sistema público; luego en el concertado y difícil en el privado, donde centros con idiomas vehiculares como el alemán, el italiano o el inglés merecían el apoyo de la Generalitat.

Eran años en los que la paranoia se centraba en catalanizar todo lo público, erradicando el bilingüismo constitucional. La cooficialidad era algo escrito, pero carente de valor en “el territorio”. Arrinconar el español en la escuela, en los medios de comunicación, en la cultura, en la política y –a ser posible- en la calle. Esa era la consigna del nacionalismo. Si no se podía imponer por ley, se imponía con la política de subvenciones. Esto es mediante el chantaje con dinero público. Se subvencionaban libros por haberse escrito en catalán, sin importar que luego se publicasen.

Los nacionalistas tenían sus propios planes también para la Iglesia. Para una Iglesia catalanista que hacía política con curas como Xirinachs desde mucho antes. El plan de Pujol –el primer President de la Generalitat católico confeso- era que los obispos catalanes rompieran con la Conferencia Episcopal. A los bisbes (obispos) eso les encantó. El nacionalismo tenía  planes lingüístico-pastorales y ellos se adaptaron. Su argumento : por fin en la Generalitat se sienta un presidente católico-practicante.  La práctica religiosa se catalanizó y los colegios religiosos siguieron con entusiasmo las consignas de Pujol en las aulas. Por supuesto, las misas en catalán.

A veces las paranoias nacionalistas hacían reír. Les pondré dos ejemplos. A Pujol le carcomía recibir informes de la consejería de enseñanza que afirmaban que los niños sometidos a inmersión lingüística (léase sin contacto con el español), al salir al patio jugaban en español. El segundo ejemplo; le molestaba que cuando los catalanes iban a ver una película nueva no tuvieran opción de ver el estreno en catalán. Por eso, la Generalitat retó a las mayors de Hollywood. Los estrenos deberían doblarse al catalán. Pujol pagaba con dinero público los doblajes, a pesar de que las películas llegaban más tarde al público.

El nacionalismo es una hidra con muchas caras, algunas violentas. El grupo terrorista Terra Lliure aparece a finales de los setenta, pone bombas y causa muertes, casi siempre de sus militantes cuando las elaboran.

La inmersión lingüística en las escuelas fue rechazada por una élite que para luchar contra la discriminación del castellano firmó el “Manifiesto de los 2.300”. Uno de sus promotores fue mi amigo Federico Jiménez Losantos. En 1981, dos  miserables de Terra Lliure, copiando un método del IRA, le dispararon en la rodilla, con advertencia sobre el próximo tiro…

Esa experiencia terrible de Federico fue enmudecida por la política catalana, los medios de comunicación y la sociedad catalana. No captamos la amenaza y miramos para otro lado. La imposición lingüística prosperó y con los años ahogó todo lo  hispano en Cataluña. No voy a poner los toros como ejemplo, y podría; sino a Cervantes, que tanto y tan bien habló de la Ciudad Condal. Fue barrido por el nacionalismo por ser el máximo exponente de una lengua considerada no propia. Y eso que la imprenta donde se imprimió la primera edición del Quijote está a pocos metros del Palau de la Generalitat. Con los años, hasta la placa recordatorio en la fachada medieval del inmueble que fuera su aposento frente al mar a la espera de embarcar para Lepanto, ha desaparecido. ¿A qué negar el recuerdo de un Cervantes, aun con dos brazos, sorprendido al ver el mar por primera vez? Se llama romper lazos.