La llamada «cuestión catalana»: algunas enseñanzas de lo que no habría que hacer en Cataluña
Por Xavier Horcajo
3.- La traición de la izquierda catalana
El espectro político de la izquierda se comió a sus líderes castellanohablantes más destacados. Y no siempre de forma decente. En el PSUC el histórico Gregorio López Raimundo quedaba para los carteles de pedir el voto. Lo hacía con el eslogan: “Mis manos, mi capital”; pero el partido quedaba en manos de Antoni Gutiérrez “el Guti”, que hablaba un catalán muy elocuente. Hablar catalán era cool; no hacerlo … sospechoso.
En el PSC ya se habían comido a la incómoda Federación catalana del PSOE, de Josep María Triginer, y participaba de la “Entesa dels Catalans” (Acuerdo de los Catalanes) que llevó juntos al Senado a socialistas, nacionalistas y comunistas en las generales de 1977. El proceso de sometimiento era irreversible.
Cuando en 1980 el Partido de Pujol (CDC) ganó las primeras autonómicas, Barcelona seguía siendo una ciudad plural. Por ejemplo, el Partido Andalucista ganó dos de los 135 escaños en reparto (tuvo 60.000 votos). La UCD de Suárez -partido de centroderecha- tuvo más votos que Esquerra. La izquierda competía en una sopa de letras con hasta 13 opciones.
Pujol gobernó con el apoyo de ERC y unos 750.000 votos propios, sobre un censo de 4,4 millones de posibles votantes. Los que seguimos aquellas elecciones lo vimos enseguida: un 40% de catalanes pasaba del autogobierno y del nacionalismo. Se abstenían. El fenómeno de desconexión se mantuvo elección tras elección y es la clave para entender muchas cosas “decididas” por Cataluña.
Por cierto, hasta que Pujol no dejó la Presidencia no conocimos lo que pensaba de los andaluces. Sí sabíamos que los quería cerca, por eso visitaba la Feria de Abril catalana. Sobre todo si había elecciones en el horizonte. Pero conocimos un escrito suyo, anterior a ser líder político, muy relevante. El auténtico texto exponía que el andaluz “es un hombre que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual”. Es obvio, que lo considera un ser inferior frente al hombre catalán.
Los Gobiernos de Tarradellas habían sido de concentración, en el Gobierno estaban presentes los principales partidos. Incluso Pujol fue conseller y una bonita anécdota demuestra el desprecio con la que el anciano President trataba al convergente. “¿Qué hace con los ojos cerrados, Pujol?. No simule que está Ud. pensando. Sabemos que está haciendo la siesta”, le soltó en una reunión de gobierno a primera hora de la tarde. No lo podía ni ver.
Tras ganar las elecciones Pujol demostró que tenía un plan para Cataluña, mientras la izquierda no y buena parte de los ciudadanos simplemente pasaban. Sin reparar en gastos, Pujol se lanzó a conquistar competencias administrativas. Quiso una policía catalana con plenas competencias. ¿Qué Estado no dispone de su propia policía? El autogobierno buscaba suplantar al Estado. Tras el presunto noble propósito, había mucha tela que cortar.
La policía autonómica precisaba de comisarías y cuarteles. Décadas después aparecieron comisiones pagadas a mediadores. Uno de ellos, Javier de la Rosa reconoció ante el juzgado que –además de sus comisiones- reservó 185 millones de pesetas de comisión “para alguien importante”. La Generalitat había comprado ese inmueble por 1.700 millones de pesetas. De la misma mano y con comisiones parejas se adquirió la sede de la consejería de Medio Ambiente en la Diagonal, 542.
La obsesión competencial fue la moneda de cambio para contar con los nacionalistas en la política española. La barrera que separaba Cataluña de España, fue al principio imaginaria y con el tiempo real. Cuando Pujol exigió las competencias en instituciones penitenciarias, nadie lo entendía. Se amparaba en el criterio que un país debe tener sus propias cárceles. Bajo ese manto se edificaron varios nuevos centros. Luego los patriotas comisionaron hasta los barrotes.
Es muy importante la pluralidad política para el desarrollo de una sociedad. La falta de esa pluralidad hizo que muchas cosas no se discutieran, convirtiendo a la oposición en cómplices i/o rehenes de Pujol. Así fue durante décadas. Por ejemplo no se discutió el gran argumento de Pujol: Fer país (Hacer país) como eje motor de sus iniciativas. El meta-argumento no fue cuestionado nunca por la oposición.
Barcelona y Cataluña eran territorios importantes, pero su personalidad no era suficientemente nacionalista a ojos del conducator Pujol. Se derrocharon miles de millones de pesetas en campañas institucionales de autocomplacencia y estimulo de dos ideas: Somos diferentes y Somos mejores. Pondré algunos ejemplos: “El trabajo mal hecho no tiene futuro, el trabajo bien hecho no tiene fronteras”, una especie de moralina de la factoría Bassat Ogilvy. La guía de un país hacia su rectitud ética. Es de coña cuando quien te gobierna se lo lleva a paletadas.
El famoso “Somos 6 millones” de 1985 tenía por objeto “remuscular” a la sociedad catalana, aunque fue objeto de no pocos chistes. Esta campaña destilaba un concepto unitarista que resulta cómico para una sociedad sin capilaridad, en la unos trabajan y pagan impuestos y otros gobiernan. O bien, “Cataluña crece”, una campaña “motivacional” que pretendía asentar la idea de una futura superioridad.
Volviendo a la obsesión por los “Països Catalans”. Se trataba de unir por la lengua diferentes territorios que incluían el sur de Francia y que llegaban hasta la linde de “Alacant” con Murcia, pasando por las Baleares y con la guinda exótica del Alguer en Cerdeña (Italia). Unir por la lengua, pero no por la historia ya que eso nos llevaría a una realidad difícil de soslayar, la Corona de Aragón. Una realidad que podría abrir discusiones sobre el predominio cultural de unos catalanes supeditados a ese Rey y consentidos en materia de tradiciones, leyes y lengua.
El apego a un misticismo catalanista -con poema de mossèn Verdaguer incluido- reunía cada año a unos pocos miles de jóvenes en El pi de les tres branques (literalmente: “El Pino de las tres ramas”), símbolo de la unidad catalano-balear-valenciana, en Castellar del Riu (Barcelona). Era una cita independentista desde su origen en 1980; luego avivada desde la Generalitat pujolista que le otorgó el pintoresco título de : “Árbol monumental”; siendo que el árbol en cuestión es un tronco seco de 25 metros de altura.
La falta de otros proyectos político-ideológicos opuestos al nacionalismo, sumió a Cataluña en una especie de anemia política. Los socialistas dependían del PSOE en Madrid; la derecha del PP nacional. Ambos partidos rezumaban un “hacerse perdonar” ante Pujol. En el caso de la derecha, se dejaban manejar tanto que –en momentos- recibieron hasta dinero de Pujol mediante intermediario.
Una sociedad mimética que se sometía por voluntad propia. Por ejemplo, cada 11 de septiembre –Diada de Cataluña—los partidos hacían una ofrenda floral a los defensores de Barcelona ante las tropas del “rey Borbón” en 1714.
La ofrenda se materializa ante la estatua de Rafael de Casanovas, líder de los resistentes. Aquello era un pim, pam, pum del radicalismo independentista -con las juventudes de Pujol al frente- contra lo no nacionalista. Les arrojaban de todo, les insultaban pero la oposición no se atrevía a dar la espalda al mitificado homenaje a los “defensores de la tierra”. Nadie ha esgrimido lo que Cataluña ganó tras ser arrasada Barcelona por las tropas de Felipe V (me refiero al Decreto de nueva planta). Nadie ha desmitificado a Rafael de Casanovas, el héroe que huyó del sitio de la Ciudad Condal y murió en su cama a los ochenta años, ejerciendo como procurador de los tribunales de justicia del tirano Felipe V.
Por supuesto, nadie será escuchado si descubre que el “rey Borbón” fue pérfidamente traicionado por las autoridades barcelonesas. Sin que eso reste crueldad al asedio de los barceloneses, ni mérito a los que sobrevivieron el asedio. Simplemente, es la historia.
El mimetismo pro nacionalista llegó también con los años a los llamados sindicatos de clase. Producía escozor ver a los militantes de CC.OO. escuchar a sus líderes en catalán y mirarse con cara de no entender. Eso hizo mucho por establecer la barrera del complejo. En UGT pasaba igual. Su líder, Justo Domínguez, caía para dejar paso a otros menos refractarios con lo nacionalista.