La llamada «cuestión catalana»: algunas enseñanzas de lo que no habría que hacer en Cataluña
Por Xavier Horcajo
1.- Algunos de los errores “democráticos” con Cataluña y su relación con el tardofranquismo
Adolfo Suárez tenía algunas prioridades cuando arrancó la Transición. Una de ellas era atajar el problema catalán. Alguien le sugirió un camino, mitad romántico, mitad republicano: restablecer la Generalitat representada por Josep Tarradellas. Fue el componente “simbólico” lo que más atrajo a Suárez, que como buen intrépido se dedicó a ello con excesiva prodigalidad.
A Tarradellas nadie le había elegido, ni en el exilio, ni en Barcelona. Se había convertido en Presidente de la Generalitat en el exilio porque lo decidió un puñado de diputados catalanes refugiados en México, allá por 1954. Su legitimidad era más que cuestionable. Del otro lado, Suárez era un Presidente comprometido. Le ofreció la Diputación de Barcelona como puente para el desembarco en una Generalitat provisional. El desembarco se hizo a costa de otro grande la época, Juan Antonio Samaranch, un grande de la sociedad catalana que presidía la Diputación Así que el gobierno “de Madrit” se comportó con el nacionalismo catalán de forma extraordinaria. Muchos pensamos que con un complejo de culpa larvado. Fíjense, Suárez acabó haciendo a Tarradellas marqués de alcurnia, siendo él elegido un recalcitrante republicanote. Incluso le nombraron hijo adoptivo de Madrid en 1986. Todo un símbolo de reconciliación.
Tarradellas irrumpió de forma triunfal con aquella mayéutica frase: Ja sóc aquí! (¡Ya estoy aquí!) de 1977. Era un tipo digno, pero distante. Pero entre los barceloneses de los barrios populosos era un desconocido, era un marciano elegante, de edad avanzada.
Al maniobrero de Tarradellas nadie le discutía nada. Tenía un ticket to ride gratuito porque con su simbolismo resolvía un problema al Gobierno: encauzar las manifestaciones de la Asamblea de Cataluña que exigían: “Llibertat, Amnistía i Estatut d’ Autonomia!”, que acababan en batallas campales `por las calles barcelonesas.
El atrevimiento de Suárez tenía una gran ventaja. La Generalitat recuperada soslayaba la hipótesis de ruptura que hasta entonces mayoritariamente defendida la izquierda catalana, incluso antes de conocer en las urnas su respaldo electoral. Todos acabaron comprando el mito Tarradellas, especialmente el PSC.
Aquel pasteleo recuperaba una institución desaparecida que solo recordaban los mayores nostálgicos. Y con la institución, a un señor que no movió un dedo contra Franco. La Generalitat recuperada era un mal menor para la transición, un punto de partida que lo resituaba todo. Convergencia existía solo desde tres años antes y el PSC aún tardaría un año en organizarse.
(Continuará)