La manipulación es un juego eterno del poder. De hecho, no existe mejor prueba de quién manda como percibir cuál es el mensaje oficial y compartido mayoritariamente. Por parafrasear a Voltaire (o al pseudoVoltaire, que no estoy para comprobar citas), para saber quién manda basta saber con quién no te puedes meter.
La diferencia hoy es la absoluta falta de cuidado y maestría en la falsificación de lo real. Manca finezza. No hace falta esforzarse demasiado en hacer creíble lo que una mayoría está deseando creer, lo que lleva viento de popa y rima con la doctrina oficial.
El día del homenaje al etarra Parot, la delegación del Gobierno en Madrid autoriza en Chueca una manifestación neonazi contra los homosexuales. Un tanto burdo, ¿verdad? Pero sirve, porque está grabado a fuego en el imaginario social. No hay neonazis (apreciables) como no hay violencia homófoba (apreciable), pero el poder necesita que ambas cosas se perciban como reales, crecientes, amenazantes, por la misma razón que la Administración Biden ha declarado el ‘supremacismo blanco’ como la principal amenaza terrorista para Estados Unidos. Tener un enemigo común une, moviliza. Que esos manifestantes sean como los sobres con balas ya es otra cosa.
Publica El Mundo una encuesta según la cual en torno al 60% de los españoles cree o dice creer que últimamente han aumentado las ‘agresiones homófobas’, que es una manera como otra cualquier de que un medio anuncie triunfante que lo han conseguido, que han logrado que el público repita lo que ellos venden.