El ejército de mercenarios, la banda de la porra de estómagos agradecidos, han saltado a medios y redes sociales para defender, como suelen, lo indefendible, y para hacer que la crítica obvia, la de perogrullo, suene partidista y odiosa.
Pero quienes vemos en los indultos lo que es, una repulsiva claudicación de España ante los que quieren destruirla por el deseo de un solo hombre de mantenerse un poco más en el poder (o, mejor, en la Moncloa) no necesitamos esforzarnos. Podríamos callar, ignorar por completo el asunto, dejar de gritar lo que clama al cielo, porque van a ser, están siendo, los propios beneficiados por la medida los pongan negro sobre blanco la indignidad.
“El indulto es un triunfo porque muestra la debilidad del Estado”, ha dicho Junqueras. Ante esto, todas las excusas melifluas del sanchismo sobre generosidad, perdón y convivencia se ven en su descarnado cinismo. Es la carcajada que derriba el teatrillo cuidadosamente armado por el gobierno.
No necesitamos palabras propias; solo tenemos que repetir las de quienes aprovechan este perdón para ridiculizar al gobierno de la indignidad y la miseria.